La salud mental es un factor de riesgo en las carreteras

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Por el Dr. Ramón Ceballo

En América Latina y el Caribe, los accidentes de tránsito son una de las principales causas de muerte, y la República Dominicana figura entre los países con las tasas más altas de mortalidad vial del mundo. 

Hasta ahora, el debate ha girado casi exclusivamente en torno a factores como el exceso de velocidad, el consumo de alcohol o las deficiencias en la infraestructura vial. Pero hay una dimensión silenciada que merece atención urgente, el cual es el impacto de los trastornos mentales como desencadenantes de accidentes viales.

Conducir con la mente alterada, es un riesgo invisible, debido tomar el guía de un vehículo no es solo una habilidad física; también implica una intensa demanda cognitiva y emocional. Requiere concentración, coordinación, juicio rápido y estabilidad mental. Cuando la salud emocional se ve comprometida, esas capacidades se deterioran, y con ellas, aumenta considerablemente el riesgo de siniestros.

Diversos estudios han evidenciado que trastornos como la depresión, la ansiedad, el déficit de atención (TDAH) o los problemas del sueño pueden alterar el comportamiento del conductor. Un episodio de ansiedad, por ejemplo, puede desencadenar una reacción desproporcionada ante una situación imprevista en la vía; una persona con depresión puede manejar con apatía, lentitud en los reflejos y escasa conciencia del entorno.

El problema se agrava cuando entran en juego el consumo de alcohol, drogas o medicamentos psicotrópicos, que alteran la percepción, disminuyen el tiempo de reacción y promueven una conducta imprudente al volante.

Existen una serie de trastornos mentales o alteraciones psicológicas comúnmente vinculadas con accidentes de tránsito, entre las que los especialistas destacan:

·         Depresión: reduce la motivación, dificulta la concentración y provoca respuestas más lentas.

·         Ansiedad y ataques de pánico: afectan la atención, incrementan el miedo irracional y pueden bloquear reacciones necesarias en momentos críticos.

·         TDAH en adultos: se asocia con conductas impulsivas y menor respeto a señales o normas de tránsito.

·         Trastornos del sueño: como insomnio o apnea, pueden provocar microsueños y fatiga extrema al volante.

·         Adicciones: el uso de sustancias psicoactivas representa uno de los factores más peligrosos, tanto por sus efectos directos como por la pérdida de autocontrol.

En nuestro país, enfrentamos una crisis en la sombra, debido a que según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la República Dominicana presenta una tasa de mortalidad vial de 29.3 muertes por cada 100,000 habitantes, una de las más altas del planeta. A pesar de este dato alarmante, el debate nacional sigue girando alrededor de los “errores visibles”, dejando de lado un factor igual o más peligroso: el estado mental de los conductores.

Esta omisión es aún más preocupante cuando se considera que los niveles de estrés, ansiedad y depresión en la población dominicana han aumentado significativamente en los últimos años, según informes del Ministerio de Salud Pública y de la Sociedad Dominicana de Psiquiatría. 

Es decir, miles de personas transitan diariamente por nuestras carreteras con una carga mental que los predispone a tomar decisiones peligrosas sin siquiera ser conscientes de ello.

Para enfrentar esa terrible situación lo que procede es hacer una llamada de acción con un enfoque hacia la salud mental, para lograr reducir la siniestralidad vial, la cual no debe ser tarea exclusiva de la Policía o del INTRANT. 

Es hora de que las políticas públicas de tránsito adopten un enfoque integral e interdisciplinario, en el que la salud mental ocupe un lugar prioritario. Para ello, se proponen medidas concretas:

·         Incluir evaluaciones psicológicas obligatorias para conductores profesionales y reincidentes.

·         Lanzar campañas de concienciación sobre el impacto del estrés, la ansiedad y la fatiga en la conducción.

·         Facilitar el acceso a servicios de salud mental, especialmente en zonas vulnerables y entre la población joven.

·         Desarrollar programas de rehabilitación integral, no solo enfocados en la sanción, sino también en la recuperación psicosocial.

Más allá de las estadísticas, lo cierto es que el accidente vial no siempre comienza con un semáforo en rojo o un giro mal calculado; a veces, su origen está en una mente sobrecargada, descuidada o alterada. Reconocer este componente invisible no es solo una cuestión de salud pública: es una muestra de humanidad.

Integrar la salud mental a la seguridad vial es el siguiente paso lógico y necesario si queremos salvar más vidas y evitar que las carreteras se sigan llenando de tragedias que pudieron haberse prevenido.

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