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El régimen de Nicolás Maduro, al revisar el historial de ingresos del Estado venezolano durante los primeros 18 años del chavismo, administró una cifra que resulta difícil incluso de dimensionar: alrededor de 1.5 billones de dólares (US$1,500,000,000,000).
Se trata de una cantidad que escapa a cualquier referencia cotidiana. Ni un ciudadano común, ni generaciones completas de trabajadores, profesionales o empresarios llegarán jamás a ver, reunir o manejar una suma semejante. Ese dinero ingresó a Venezuela exclusivamente por la venta de petróleo, sin contar ingresos adicionales por oro u otros recursos naturales estratégicos.
Para poner la cifra en contexto: la fortuna estimada del hombre más rico del mundo ronda los 350 mil millones de dólares. Es decir, los ingresos petroleros venezolanos en ese período multiplican por cuatro o cinco veces la mayor riqueza individual conocida a nivel global.
Sin embargo, pese a ese flujo colosal de recursos, la realidad actual del país es devastadora. Trabajadores, profesores universitarios, enfermeras y médicos sobreviven hoy con salarios que no cubren necesidades básicas, en una nación donde hospitales colapsan, universidades se vacían y millones de ciudadanos han sido forzados a emigrar.
La pregunta que persiste —y que el poder evita responder— es inevitable:
¿Dónde terminó ese dinero?
Porque mientras las cifras hablan de ingresos históricos sin precedentes, la vida cotidiana del venezolano común refleja empobrecimiento, deterioro institucional y una profunda crisis social, incompatible con el volumen de recursos que alguna vez entraron al país.