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POR CÉSAR DALMASÍ
El autor es periodista
Un día cualquiera de mi vida, que realmente no era cualquier día, era un día extremadamente especial, como los son todos para mi, porque cada amanecer constituye un regalo de Dios; pues, aquel día de la siguiente historia, al levantarme y desde mi balcón pude ver, sentir y vivir a plenitud la inconmensurable belleza que a diario me rodea y que muchas veces dejamos de disfrutar por las excusas que cada quien da y justifica.
Es que me bastó un solo instante, para quedar embriagado de toda la bondad divina que aquel septiembre me regalaba, con nubes cumulunimbus que bordeaban todo mi alrededor, las cuales eran como grandes montañas blancas formadas de algodón, cómo me quedé embriagado e impávido al disfrutar su sin igual belleza.
Pero más aún, en todo el espacio sideral, allá en el éter, mi alma danzaba entre cirrus, cirrocúmulos, cirrostratos y, entre copo y copo, las nubes cúmulos y altocúmulos me empujaban hasta las nimbostratos, para deleitar a mí espíritu de manera inenarrable; por eso quisiera que tú también te detengas un instante y observes el amanecer de cualquier día y tratas de verlo diferente a como lo haces rutinaria y diariamente, solo así y únicamente así podrás notar la diferencia entre tu cotidianidad y lo que realmente es la vida misma.
Pero mi éxtasis se agigantó cuando con indescriptible belleza, la radiante, brillante y cálida luz solar penetró toda ella por mi córnea, atravesando mi cristalino para alojarse en mi retina y así entregarme una imagen que no puedo expresar, con aquel sol que en forma de rayo luminoso y tibio se posó en mí con la complicidad de todo mi sentido visual.
Recuerdo que aquella mañana de verano al levantarme y desde mi balcón, realmente disfruté de la belleza ante la cual no hay belleza superior, definitivamente que hubo una conexión especial con mi hacedor, porque mi sentido del olfato podía sentir el olor del ambiente, era un olor a vida, a esperanza, un olor a gratitud que me invitaba a no desaprovechar cada instante, cada oportunidad de vivir plenamente todas las cosas que Dios me ha regalado.
Continué observando entre suspiros y trémulo de emoción, para solo atreverme a decir de forma elíptica, gracias, muchas gracias, pero mientras más expresaba a voz viva la palabra gracias, sentía en lo más profundo y profuso de mi ser, que siempre es poco e insignificante lo que podemos dar a quien nos ha regalado todo, sí, absolutamente todo, como la vida con toda su grandeza y cuando de bueno hay en ella.
En mí recorrido visual, entre respiro, piel erizada y el corazón acelerado al grado de taquicardia, con olor a cielo y con ese sonido celestial que el movimiento del aire convertía en música divina para mí, así, mirando todo, pude palpar la fuerza de Dios en mi tacto, cuando recibía su gracia, al pasar por mi cuerpo el aire y el calor de la estrella mayor perteneciente al globo terráqueo, oh Dios, que verano tan único, singular, especial e inolvidable que me regaló el más hermoso de los días.
Justamente ese día se repite en mí, en cada amanecer en cada palpitar, en cada respiro y suspiro y en cada instante todos los días; porque es que la sabiduría supo darnos más de un sentido, porque si no puedes apreciar con tus ojos físicos toda la belleza de la cual te hablo, ahí tienes los ojos del alma, por eso trata de escuchar la melodía que solo se compuso para ti y por ti, palpa el movimiento de la brisa suave y saborea el néctar y la ambrosía más dulce que miel que tienes en todos tus sentidos.
Quiero exponerte que no es poesía, ni lenguaje poético y metafórico, es en sí, la viva realidad que nos envuelve cada día, pero tristemente nuestras excusas nos apartan de tan notable y maravillosa hermosura, por eso, ya no más excusas y justificaciones y lánzate al mar de la vida, y navega tan lejos y profundo hasta que logres encontrarte con el cielo y el mar, uno y otro unido, allá en lontananza; deseo también que sepas, que todo lo anterior no es sueño o utopía, es más bien Pura Vida como expresan los costarricenses y por eso doy gracias.